Estoy viviendo en la casa de la esperanza,
me lo dice el sol que entra
todas las mañanas por mi ventana,
y saltando una alfombra de pinos,
lame los pies de mi lecho,
me lo dicen las caricias de estas blancas sábanas
que irradian blancura,
y la manos amorosas de las enfermeras
que me cuidan.
Todo alienta para ir adelante.
Bullen la sangre y la vida a mi alrededor,
poco a poco, paso a paso, despacio.
Y a pesar de tantos augurios,
me abruma el silencio del día siguiente.
El músculo se duerme, el ánimo se enfría
y se tiñe con los colores de la culpa.
A la intemperie, sin el cobijo de la esperanza,
mi carne se agarra a la incierta tierra
como un náufrago olvidado en una isla.
Pero iré siempre adelante,
porque vivo en la casa de la esperanza,
incluso bajo este proceloso mar
que ha olvidado su horizonte.
Amigo: ¡súbete al tren de la esperanza!
“Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti!”
Hospital. Dr. Moliner, 18/7/23.
No hay comentarios:
Publicar un comentario