Impagable el regalo que Televisión Española el
pasado sábado por la tarde nos hizo en la víspera del Día de la Familia,
emitiendo el clásico "La gran familia". (Es nuestra versión, “made in
Spain” y muy digna, de la mítica “Que bello es vivir” de Capra).
Pese a sus limitaciones, el filme es un
incomparable escaparate sociológico de la España de los años 60. Hoy el panorama
del estado de la familia ha cambiado radicalmente. ¿Para bien o para mal? Es
difícil ponderarlo. Lo que sí es cierto -y esto nos lo advirtió el Papa
Francisco- es que los cristianos no podemos tomar la defensa de la familia como
un discurso único o una trinchera de ataque contra el mundo. Un político valenciano
llama “nuevos Herodes” a los abortan y un obispo, sin ninguna base seria,
afirma que los hijos de los matrimonios gay sufren perturbaciones personales (¡).
Pienso que así no se defienden ni la vida, ni el matrimonio, ni la familia.
A los cristianos -somos ciudadanos del
mundo como los demás- nos hace falta un poco más de sosiego y deseo de
concordia y menos pelea en frentes de batalla que además y de esa manera no se
van a ganar. Porque no queremos ni combatir en batallas, ni ganar guerras. Esto
no es entreguismo.
Hay otro modo de defender a la familia: es
mostrar con paz y sosiego, ese tesoro que es esta institución como la vivimos
los cristianos. El buen pañpo en el arca se vende. Mientras tanto yo ando recordando aquella película
y a Pepe Isbert buscando con lágrimas en
los ojos a su nieto Chencho.
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