Un año más, el Cabanyal ha
celebrado su fiesta. Por la tarde noche el Cristo del Salvador ha sabido a
andar las calles de ese barrio tan cercano al mar. Como siempre, una multitud
le acompaña y otra en las aceras lo mira pasar. Es una manifestación de religiosidad
popular bastante sobria y austera. No lucen los que procesionan ropas de vesta
ni otros atuendos llamativos como se usan en el la Semana Santa. En cierto modo
aquí sólo brilla el fervor y la devoción y vale sobre todo el caminar junto a la imagen robusta y pesada del
Cristo crucificado, a manos de hombros de los devotos.
Poderosamente llama la atención para el que lo
ve por primera vez su larga melena de cabellos naturales con los que a veces el
viento juega caprichosamente y se enreda con terquedad en la corona de espinas.
Me llena de admiración y ternura
contemplar a los devotos cómo se acercan a él, lo miran con orantes ojos y lo
acarician depositando en su cuerpo un
beso.
Antes de ayer, domingo, estuve en
la fiesta, y acompañé a la imagen del Cristo en la procesion, después de que
presidiera la Misa y predicara un sermón sobre el Cristo. Fui feliz recordando
recientes tiempos pasados, y viendo a mucha gente querida que también se
alegraba de verme. Las fiesta religiosas populares, ¿serán la única ocasión en
que la gente viva sentimientos de trascendencia? ¿Será ésta la única manera y
el único tiempo de que muchos tengan una experiencia religiosa? Porqué algunos
desprecian esos sentimientos por eúpureos, y pintorescos y mágicos, sin
considera que contienen también, aunque pueda ser poco, valores puros del
evangelio?
Creo que no es así. Más aun en ciertos modos
sencillos de fe, andan escondidos grandes valores. Aquí se dan algunos de los
interrogantes sobre la religiosidad popular.
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