Mi amigo JM., católico cabal pero no muy asiduo a los entresijos
informativos del Vaticano y sus triquiñuelas teológicas o sacramentales, me
pregunta ahora qué es eso de prohibir la
comunión a los celíacos. Lo leyó en un periódico nacional y, me dice, que anda
preocupado porque tiene una sobrina-nieta que padece fuertemente la alergia al
gluten. Aunque es muy pequeña, y todavía no ha tomado la primera comunión, eso
le preocupa.
Además de decirle que informativamente anda algo retrasado
(la noticia venida de Roma tiene más de un mes) le respondí que esa legislación
ya hacía muchos años que estaba promulgada. Le añadí que los señores cardenales
que se encargan de estas cosas (más parecen inquisidores que pastores) dicen
que Jesucristo consagró en la primera cena pan, y la harina de trigo sin gluten
no es pan (¡!), por tanto no es posible “traicionar” la intención del Señor.
Naturalmente, mi respuesta no le satisfizo. Y mi amigo JM, cristiano consecuente, enterado y entregado al
evangelio y sobre todo a su espíritu, me contestó, que según había leído, sí
que se permitía consagrar vino “falso”, es decir zumo de uvas sin fermentar, o
sea, mosto. ¿Dónde está la diferencia? ¿Acaso los monseñores no saben distinguir entre un soso zumo de fruta de la chispa de un buen vino?
Así que, un tanto despechado y mosqueado, me dijo: hace seis
meses la Iglesia legisló sobre el culto de las cenizas de los muertos, después
cambió en la consagración el “por todos los hombres,” por el “por muchos” y
ahora viene con la mandanga de la “pureza” del pan. Todo son exclusiones, todo restricciones,
todo son leyes y normas que cierran puertas; bien está cuidar la ortodoxia pero
no ahogarse en ella. Menos mal que no es el papa Francisco quien lo dice.
Al final, acabó diciendo mi amigo J. M., un buen creyente: ¡Pues, vaya
gaitas!
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