martes, 29 de agosto de 2017

JUAN BAUTISTA, DEGOLLADO


En el “Martirologio Romano”, es decir, el calendario oficial que la Iglesia católica tiene para honrar a todos los testigos de la fe cristiana (sean mártires o no) San Juan Bautista ocupa un lugar muy preminente. Aparte de María de Nazaret, es el único santo cuya memoria se celebra dos veces al año. Una, el día 25 de junio que se celebra su nacimiento y que es la fecha más conocida por cuanto en ese día se introducen ritos ancestrales alrededor del solsticio del verano que más que ceremonias arcaicas son modernas juergas banales  y la otra es hoy, 28 de agosto, en que se recuerda su muerte trágica por degollación, fruto de la frivolidad y de la sangrienta tiranía.

Ya sabéis, Salomé, hija de Herodías, cuñada y esposa de Herodes Antipas, reyezuelo impresentable baila para éste un baile -el arte lo describirá como algo muy sensual, erótico y lubrico: Oscar Wilde y Richard Strauss lo inmortalizarán en la pequeña ópera “Salomé”-. El rey sátrapa y tirano, Herodes, enturbiada su razón y sensualmente entusiasmado, accederá al deseo que la madre de la danzante le sugiere: ¡la cabeza del Bautista en una bandeja de plata! El relato del Evangelio no puede ser más escabroso, más salvaje.
 
Al final, en la fiesta de los tiranos, en la orgía de los viciosos, siempre cae el más débil, el más inocente.

Las piadosas tradiciones cuentan que Salomé, que provocó todo este desastre, acabo siendo discípula de Jesus de Nazaret. Aquí os transcribo este bello texto donde Salomé, años después, y arrepentida, se confiesa:
       “Solo muchos años después comprendí lo que había hecho. Solo muchos años después lloré por haberme dejado llevar. Por no haber plantado cara a mi madre. Por no haber comprendido que unos y otros estaban utilizándome. Por haberme dejado seducir por el aplauso y la admiración. Eso era lo que yo valoraba entonces. Que me admirasen. Que me aplaudiesen. Que me buscasen. Y no quise ver que un hombre inocente iba a morir por mi causa. Ahora sé que eso no es excusa. No puedo decir que no lo sabía. No puedo decir que no lo veía. Quizás debería haber mirado un poco más al mundo que me rodeaba…”  
( de Rezandovoy)



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