He estado unos días, después andar por las llanuras de la
vida cotidiana del curso acabado, descansando
en la alta montaña del Pirineo oscense.
Concretamente, en el valle de Bielsa donde los descomunales macizos del Monte
Perdido y sus valles de majestuosas laderas
multiplican la emoción de la belleza que
te rodea. Casi da pavor contemplar el
circo del Valle de Pineta presidido por
el Perdido y los Astazus, o la mole gigantesca del macizo de Cotiella, que hace
que el Valle de Gistain parezca un valle
secreto y oculto y que provoca en el que lo recorre, un sentimiento de pequeñez e inanidad. A la
vez, en las altas cumbres, resuena la voz de lo Sagrado que te llama e invita a confundirte en su majestuosa grandeza.
Regreso,
pues, después de estos días de comunión íntima con la naturaleza nuevo, descansado
y con ganas de empezar.
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