Los pasados quince días en que hemos sufrido
las terribles consecuencias de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils
provocan que muchos de nosotros con seguridad nos hagamos algunas preguntas. A
título solo personal, y sin sentirme privilegiadamente único, yo me he hecho
estos días algunos cuestionamientos cuyos planteamientos y posibles respuestas me
dejan perplejo cuando no confuso.
La investigación posterior a los atentados
sobre la estructura de la red terrorista ha sido rápida y sorprendente, pero
ese éxito no puede ocultar el fracaso delo que antes se debería haber
investigado. ¿Cómo es posible montar esa conspiración, con acumulación de
ciento veinte botellas de butano, compra de cuchillos y machetes y litros de
acetona sin que los comerciantes no lo advirtieran ni a la Policía Nacional- Mossos
d'Esquadra-Guardia Civil?
Es triste y lamentable ver y escuchar las
declaraciones de los políticos del más alto
rango de Madrid o de Barcelona ambos controlados e influidos por la
interferencia de la tensión entre el gobierno central y la Generalitat con el lamentable asunto de la
independencia. Los que hablaban y los que escuchaban, andábamos pendientes no
por lo que decían sino por cómo lo decían: palabras de doble sentido,
referencias ocultas en algunas frases, omisiones y alusiones secretas, etc.
Siempre en situaciones desesperadas, en los primeros momentos de los actos
terroristas, la respuesta de las fuerzas de seguridad (en este caso, los Mossos d'Esquadra) tiene que ser totalmente
expeditiva. Inevitable es el uso entonces, con el gatillo fácil, de la pistola
o la metralleta. Que se exalte como héroe nacional al agente que liquidó en un
plis-plas a tres terroristas me sugiere la reacción de miedo y tal vez de
venganza que asume inconscientemente la sociedad. Porque en otras situaciones
parecidas la actuación rápida y extrema de la policía ha sido fuertemente criticada.
A mí me pareció algo cansino el montón de
actos religiosos y laicos que se celebraron en esos días, llenos de solemnidad
y boato donde los políticos parecían los protagonistas y ensombrecían
precisamente a los parientes de las víctimas. Igualmente, en otras ocasiones
los medios de comunicación trivializaban las manifestaciones de solidaridad y
dolor que se realizaban en las calles: parecía a veces un numerito más de los
muchos turísticos que el mes de agosto que convierte a todo en “shows” vacacionales.
Nadie dice que la manifestación del domingo
fuera un éxito contundente: acudió menos gente de la que se esperaba. Y un
montón de gestos y signos –gritos, pancartas, lemas- que olvidaron en muchos
momentos a los más perjudicados que fueron las víctimas. El lema mismo de la
manifestación me pareció muy pobre y que en el fondo mostraba algo que se
ocultaba: la preocupación y el susto que todos llevamos en el cuerpo, aunque lo
disimulamos. El lema parecía incompleto: “No
tenim por, (estic cagat)” "No tengo miedo, (estoy cagado)". Porque
no se trataba de expresar un estado de ánimo, sino de una reivindicación de unidad y solidaridad contra un enemigo
común que utiliza la más cruel de las violencias
Nada me convenció que fuera la actriz Rosa María
Sardá quien tomara la palabra en nombre de toda la manifestación. Esa actriz
con la que me he reído mucho en sus películas (no le quito ningún mérito como
artista), representa para mí un personaje escéptico y socarrón –esa caída de
ojos, esos labios displicentes- que me induce a no tomar en serio ni a convencerme
de nada de lo que proclamaba en el manifiesto desde la tribuna de la manifestación.
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