lunes, 3 de febrero de 2020

EL TORREÓN QUE VIGILA LA LUNA: ENTRE DOS AGUAS Y MILLARES





El sábado pasado estuve con unos amigos de excursión. Fueron pocas horas pero suficientes y  provechosas. Recorrimos una zona interior casi ignota de la provincia de Valencia, esta provincia que parece para el turismo convencional solamente ser lugar de llanuras, huerta y playa. Pues no. 

Donde estuvimos fue por la zona de la Muela de Cortes, una comarca recóndita y prácticamente desértica donde el monte se hace indómita furia de peñas, farallones, crestas y balcones de rocas que el sol de febrero tornaba rosa, y donde el río Júcar se abre camino entre hoces y barrancos. Vimos de todo: la majestuosidad de la tierra, el desierto de los montes de piedra, yermos porque la erosión no permite el crecimiento de la vegetación. También colinas y laderas -otrora frondosos bosques de pinos que el fuego desbastó- y donde ahora brota lujurioso el esplendor del bosque bajo, con sus espinos y aliagas, madroños y palmitos, romeros y  brezos, retamas y jaras. Los pinos nacientes, ahogados entre tanto matorral, asomaban tímidamente pidiendo paso.


Pero también paseamos por luminosos pueblos blancos -Millares, Dos Aguas- con sus calles empinadas y casas enjalbegadas. Hace unos siglos transitaban por allí los moriscos. cerca en sus lomas, sus castillos arruinados, añorando esplendores pasados, que recordaban en su arquitectura y planificación a la antigua población moruna. Pueblos comunicados por tortuosas carreteras. vimos bajando la miradala lo más hondo, embalses de agua de color esmeralda, ríos torturados que parecían esconder sus aguas de malaquita entre abismos y precipicios, cañaverales y breñas y excavando angostos desfiladeros naturales y también,  oteando el horizonte, torreones vigilando a la luna y dinámicos e inesperados puentes modernos retando el tiempo pasado. 

Pocas horas transcurrieron, pero bien disfrutadas, en un día espléndido con la misma luz que desprendían los almendros florecidos, y que nos regaló este extraño veranillo del mes de febrero. El contacto con esta naturaleza, tan salvaje y desértica que parecía recién estrenada, lógicamente me rejuveneció y relajó. Un inapreciable regalo.

1 comentario:

  1. ¡Beatus ille!
    El encuentro con nuestra madre Naturaleza, si aún no estamos lobotizados siempre nos enriquece. la Naturaleza es obra del Creador y todos nosotros tenemos la obligación de ser cooperantes en esa obra inconclusa. Desgraciadamente nuestra presencia , en la mayoría de los casos la corrompe.
    Respecto al pensamiento de Trías, quisiera indicar que lo que más agradezco al Creador es el darme: la existencia, la inteligencia y la libertad; las dos últimas son, las que me permiten un acercamiento personal al Padre.

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