Esta mañana, estando yo en mi
lugar de trabajo, y separado por una pared, escuchaba la voz de un albañil que
está trabajando en un edificio adjunto en construcción. Los albañiles para
combatir y pasar la tediosa jornada de su trabajo suelen muchas veces ponerse
una radio con el volumen a toda paleta o cantar a voz en grito. Uno de ellos,
al que oía muy bien desde el interior del patio de luces, cantaba con toda
claridad y emoción esta mañana la canción del colacao, el famoso anuncio
que de críos escuchábamos. Es una canción muy popular pero que denota un cierto
tufillo de racismo despreocupado y desinhibido que por aquellos años sucedía.
El racismo: una actitud y un mal
hábito que durante siglos hemos tenido en Occidente, pero que como un virus
siniestro de esos que siempre viven y nunca pueden ser aniquilados, se alberga
en la mente y el corazón de muchas personas. Si uno analiza a fondo en algunas
ocasiones algunas actitudes o gestos que realizamos, nos darían el resultado de
que todos, todos, todos somos racistas.
¡Que trifulca la que se armado por el caso del racismo reciente en el fútbol! Un futbolista blanco en el fragor de la batalla futbolera, donde las personas pierden sus controles, insulta a un futbolista negro. Las palabras arrojadas como piedras como insulto son odiosas, muy gruesas, intolerables. Gravísimo pecado. La sociedad futbolera se ha rasgado las vestiduras y la cosa va cada vez a más. El futbolista ofendido y su equipo parece que ahora intentan aprovechar la ocasión para anular el partido que habían perdido. Se han hecho puestas en escena en el mismo campo de fútbol para indicar su solidaridad con el insultado. El insultador dice que él no ha sido, que él no ha dicho esas palabras tan ofensivas. Así que ya veremos.
Así que nuestro albañil que
cantaba (lo hacía bastante bien) “Yo soy aquel negrito del África Ecuatorial
...” con desinhibición y entusiasmo, podría ser denunciado por algún
compañero de color que trabajara con él.
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