Presidir la Junta Mayor no es, como
algunos pueden pensar, sólo un honor y un prestigio, es también un tiempo de
esfuerzo, de sacrificios y de preocupaciones. Begoña lo ha hecho muy bien y por
ello, yo, como amigo suyo, y en otro momento colaborador de ella, la felicito.
El otro día nos reunimos en una
cena para despedirla y al mismo tiempo agradecerle todo el tiempo de servicio
que ella ha empleado con nosotros. Begoña es la primera mujer que fue elegida
este cargo, por suerte sin traumas ni contratiempos, cosa que hace unos cuantos
años hubiera sido imposible. Ella dice que eso no es ningún merito. Yo pienso
que ella y su forma de ser han permitido tan tranquila transición.
En realidad Begoña no se nos va ni
la perdemos. Seguirá colaborando de otra manera y de otras formas en el buen
funcionamiento de nuestra Semana Santa. Tampoco la perdemos como amiga, faltaba
más. Un amigo(a) verdadero, nunca se pierde ni siquiera en la distancia. Y más
ella, que con su corazón afable, su sencilla y acogedora sonrisa entrama con consistencia
y fijeza a todos sus amigos.
Yo creo que mi amiga Begoña encarna
en su espíritu la virtud griega de la sofrosine:
la mesura, el justo equilibrio, la cordura y la moderación, el dominio del
espíritu sobre el cuerpo; y en el fondo la prudencia: cualidades, virtudes y
actitudes que Begoña ha sabido esparcir y sembrar en las blandos (?) surcos de
nuestra Semana Santa.
Begoña, que con tu familia: Rafael,
tu marido e Ignacio, -de quien estoy orgulloso de su amistad- disfrutes de este
descanso.
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