Ando leyendo un libro (Sergio Rubin,
Francesca Ambrogetti. “El Jesuita.” Ed. Vergara, 2010).
que es una larga entrevista que le hicieron al Papa Francisco hace ya algunos años
cuando era cardenal en Buenos Aires. Y allí leo un credo muy llamativo y muy
personal que él escribió en el tiempo en que era un sacerdote recién ordenado. Lo
transcribo por la sinceridad que contiene:
Quiero creer en Dios
Padre, que me ama como un hijo, y en Jesús, el Señor, que me infundió su
Espíritu en mi vida para hacerme sonreír y llevarme así al reino eterno de vida.
Creo en mi historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios y, en el día de la primavera, 21 de septiembre, me salió al encuentro para invitarme a seguirlo.
Creo en mi dolor, infecundo por el egoísmo, en el que me refugio.
Creo en la mezquindad de mi alma, que busca tragar sin dar… sin dar.
Creo que los demás son buenos, y que debo amarlos sin temor, y sin traicionarlos nunca para buscar una seguridad para mí.
Creo en la vida religiosa.
Creo que quiero amar mucho.
Creo en la muerte cotidiana, quemante, a la que huyo, pero que me sonríe invitándome a aceptarla.
Creo en la paciencia de Dios, acogedora, buena como una noche de verano.
Creo que papá está en el cielo junto al Señor.
Creo que el padre Duarte también está allí intercediendo por mi sacerdocio.
Creo en María, mi madre, que me ama y nunca me dejará solo.
Y espero la sorpresa de cada día en la que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán hasta el encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapo continuamente, pero que quiero conocer y amar. Amén.
Creo en mi historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios y, en el día de la primavera, 21 de septiembre, me salió al encuentro para invitarme a seguirlo.
Creo en mi dolor, infecundo por el egoísmo, en el que me refugio.
Creo en la mezquindad de mi alma, que busca tragar sin dar… sin dar.
Creo que los demás son buenos, y que debo amarlos sin temor, y sin traicionarlos nunca para buscar una seguridad para mí.
Creo en la vida religiosa.
Creo que quiero amar mucho.
Creo en la muerte cotidiana, quemante, a la que huyo, pero que me sonríe invitándome a aceptarla.
Creo en la paciencia de Dios, acogedora, buena como una noche de verano.
Creo que papá está en el cielo junto al Señor.
Creo que el padre Duarte también está allí intercediendo por mi sacerdocio.
Creo en María, mi madre, que me ama y nunca me dejará solo.
Y espero la sorpresa de cada día en la que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán hasta el encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapo continuamente, pero que quiero conocer y amar. Amén.
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