Por un
lado está la vida, esa vida que es fuente de frustraciones fracasos, Perdemos el
equilibrio, pasamos penas y dolores y también, porque no decirlo, algunas alegrías.
Todo eso es el oleaje en el que se mece la
barca de nuestras vidas.
Por
otro lado está la tierra firme, la arena de la playa, el lugar donde podemos
tomar alimento, robustecernos, estar firmes y seguros, encontrar el rumbo
perdido sin esperar que en algún momento que te percipites bajo tierra.
En el
evangelio de este domingo, los apóstoles y los discípulos de Jesús están
subidos en la barca, fatigados, sin aliento, frustrados porque no han llegado a
pescar nada.
Y en
tierra firme, en la playa, con un pescado y un pan a la brasa está Jesús. Desde
allí Jesús les manda mensajes para que su trabajo, la vida de los apóstoles
tenga una referencia un sentido una firmeza.
Creen
en Jesús es tener el corazón firme en la fe. Desde esa tierra
firme, todo lo demás queda relativizado. Podrá La barca de nuestra vida mecerse
en el oleaje, e incluso parecerá zozobrar, pero desde la tierra firme de la fe
la presencia de Jesús nos salvará.
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