Con frecuencia las canonizaciones de santos
que hace la iglesia son muy discutibles. Detrás de hacer santo a un cristiano o
cristiana, están los intereses, entusiasmos y fervores de las órdenes
religiosaso de sus discípulos. Así como es evidente que se hagan santos a algunos cristianos con
cierta lentitud (Juan XXIII, por ejemplo, que tardó muchos años en serlo) se
necesitan los milagros (¡). Otros llegan a los
altares con una vertiginosa velocidad. No digamos nombres pues además siembran
un cierto desconcierto en grandes sectores de la iglesia. A otros, como sabia criba, se les obstaculiza
el camino de la santidad oficial. Y es que la Iglesia es muy prudente.
Pero a veces se cometen injustos errores. Como es el caso
del arzobispo Monseñor Oscar Romero, cuya
causa de beatificación se paralizó el año 2005. El pueblo de América del Sur ya
lo venera como “San Romero de América”. Pero en ciertos sectores del Vaticano
cercanos al entonces cardenal Ratzinger, la inquina hacia él era tremenda:
fruto de la sospecha y prejuicios hacia la Teología de la Liberación.
¡Qué bien!. Ahora
el papa Francisco ha levantado el veto a la beatificación del arzobispo Romero,
que fue asesinado en El Salvador cuando decía Misa. Es una coherencia más de
este Papa Francisco, a quien aquí nos unimos
hoy en el dolor a causa del fallecimiento de familiares muy cercanos en un
accidente de coche.
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