¡Treinta y dos y
ocupaban todo el gran espacio del templo! La razón era que andaban totalmente desperdigados y
perdidos por los bancos, como si el contacto pudiera trasmitirles la enfermedad
del ébola. En los primeros bancos había solamente unas diez personas, de la
mitad para atrás del templo que es muy grande, el resto.
Creo que esto
expresa lo mal que entendemos lo de ir a misa los domingos y fiestas de guardar
(aunque sea sábado). La Eucaristía es el sacramento de la fraternidad donde los
hermanos, alrededor de la mesa, comparten la misma comida: el pan de la Palabra
y el pan del Cuerpo de Jesús; por eso todo en una misa debe ser signo de unidad
y comunidad.
Y nosotros, sin
enterarnos, seguimos poniéndonos para escuchar la misa, en el último banco,
lejos unos de otros, convirtiendo la Eucaristía en una acto piadoso e individual.
Así que, cuando he comenzado la homilía, que ha sido breve, porque el verano no
es tiempo de sermones, me he dirigido a mis alejados oyentes, diciendo: “Mis
queridos y lejanos feligreses”…:
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