La
larga tradición de la figura del Rey-Mesías del Antiguo Testamento llega también
al Nuevo. Y Jesús, sin reducirlo al plano místico y visto como rey-mesías, al pie
de la letra, no queda muy coherente con lo que Él lógicamente pretendía. En
el único momento en que Jesús afirma ser rey, está en las antípodas de esa
definición. Ante Pilatos, semidesnudo y torturado, pisoteado como un gusano.
Creada
la fiesta en la época en que el Papa ya
no era rey de los estados Pontificios, pero seguía reclamándolos (cuatro años
después (1929), el fascista Mussolini, le daría la jefatura del estado del
Vaticano -¡Así estamos todavía!-).
Siempre
me ha parecido que la fiesta de Cristo Rey tiene un poco (o mucho) de despropósito.
En realidad, no me va mucho. ¡Es un título cristológico que se ha presentado
con tantos equívocos! Muchos que dieron su vida por no renunciar a su fe (nuestros
mártires en la guerra civil) querían expresar algo que de ninguna manera podían
entender sus verdugos. ¡Viva Cristo rey!
Era una expresión retadora, que parecía replantear y reivindicar un poder político
religioso, o del tiempo del teocentrismo.
Quizá por
eso la dificultad que tiene hoy la explicación del título de rey atribuido a
Jesús. En la única ocasión que Jesús afirma que él es rey, no puede estar más
lejos de todo tipo de reinado. Magullado por los maltratos, maniatado, cansado,
afirma a Pilatos que es rey e inmediatamente tiene que corregir la común acepción
de ese título.
Por ello muy
acertado el modo cómo las lecturas de este domingo Fiesta de Cristo Rey, se
acercan a la figura de Jesús Rey. ¡Es un Rey Pastor! Es un pastor que da la
vida por sus ovejas, que no está para ser servido de ellas, sino para ser
servidas.
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