Los últimos terrible acontecimientos del atentado de
Barcelona y Cambrils han provocado que los medios de comunicación (y también
nuestras conversaciones) hayan puesto aún
de más vivísima actualidad el cruel fundamentalismo y la violenta
radicalización de algunos musulmanes que en nombre de una interpretación
sesgada del Libro de El Corán (un libro hermano de nuestra Biblia) les ha
llenado el corazón de odio asesino.
También ha habido una reacción, por fortuna, de los buenos
musulmanes: la inmensa mayoría que han recordado que la Religión de Mahoma ama
la paz y la hermandad de todos los hombres. Nosotros los cristianos hemos de
abandonar prejuicios, sospechas y desconfianzas hacia una religión que como la
nuestra anda buscando a Dios y que lo encuentra en el amor y la fraternidad.
El cine ha sabido expresar este mensaje tan humano y divino
en estas tres películas que son verdaderas obras maestras llenas de emoción,
humanismo y poesía.
El señor Ibrahim y las flores del Islam (Francia, 2003) de
François Dupeyron.
En un barrio marginal y multirracial de París, un
adolescente judío cuyo padre, depresivo, no lo quiere mucho y un viejo tendero musulmán
se hacen amigos. Cuando a Momo lo abandona su padre, Ibrahim se convierte en su
protector. Juntos emprenden un viaje que cambiará su vida para siempre. Maravillosa
película de narración reposada que cuenta la iniciación a la vida de un
adolescente en un barrio multiétnico del parís de 1960, guiada por el mejor
maestro: un musulmán lleno de humanidad y profunda religiosidad.
Ahmad, un escolar del pequeño pueblo de Koker, debe
encontrar la casa de su compañero Mohamed para devolverle el cuaderno que se ha
llevado por error y evitar que sea expulsado del colegio por no hacer los
deberes en el mismo. Contada desde el punto de vista del niño, y con una
estructuyra narrativa mínima, es una profunda reflexión desde una cultura tal
vez lejana la nuestra (el irán profundo rural y humilde) pero muy próxima porque presenta una historia
de solidaridad infantil y generosa que llega a todo corazón.
Dos figuras caminan por el desierto: la joven Ishtar y Bab
Aziz , su abuelo ciego. Su destino es la gran reunión de derviches (miembros de
una hermandad religiosa) que tiene lugar una vez cada treinta años. Pero para
encontrar el lugar en el que se celebrará esta reunión hay que tener fe y saber
escuchar el infinito silencio del desierto. La piedad sufí, tan cercana a la
mística cristiana se expresa aquí, plásticamente, en las más bellas imágenes
del desierto. Las sombras del maestro Eckhart, San Juan de la Cruz y Carlos de Faucould aparecen es este filme
lleno de poesía que exige una sensibilidad especial para la poesía y el
misticismo.
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