Las catástrofes naturales
siempre han atemorizado al hombre por las gravísimas consecuencias que tienen.
Provocan aparte de su marasmo exterior, una conmoción interna y espiritual que
le hace plantearse las grandes preguntas. Cuando andaban unidos la creencia en
la omnipotencia divina y las leyes propias e inamovibles de la naturaleza, estos
desastres naturales se atribuían a Dios que castigaba a la humanidad y obligaban
a inquirir sobre la voluntad divina y la existencia del mal en el mundo. Cuando
el terremoto y posterior tsunami de Lisboa
en 1755, Voltaire perdió la fe en
un Dios bueno, mientras que su colega Rousseau defendió a un Dios bueno desconectado
de la imperiosa necesidad del cumplimiento de las leyes de la naturaleza.
El pensador alemán Kant perdió su
optimismo filosófico.
Y así, estos días andamos
sorprendidos y atemorizados por las grandes hecatombes naturales que se suceden
en las costas de América y en Italia: El terremoto de Chiapas, huracanes que
asolan las islas y costas del Nuevo Continente, etc. Por cierto, en las costas
de Cuba han perecido muchos más que en
los de La Florida y los medios casi tiene olvidados a los cubanos. El cine ha
aprovechado la ocasión de lo espectacular de esos fenómenos naturales para
realizar películas muchas veces muy superficiales que reconstruyen esas
hecatombes. Hoy, la televisión nos las puede mostrar en directo y somos
testigos ante la pequeña pantalla de contemplar con estupor y temblor,
cataclismos como el atentado en directo de las Torres Gemelas el grande
devastador Tsunami de Japón.
Esa atracción de los espectadores
por contemplar la destrucción de la tierra es particularmente frecuente en las películas
de ciencia ficción o también las que miran al pasado histórico. En el cine de
antes de la posmodernidad muchas de esas cintas tenían un gran éxito. Su
público era quizá muy inocente e ingenuo y no veían el cartón piedra de los palacios
que se derrumbaban o adivinaban las mangueras
con que se simulaban las lluvias torrenciales o los grandes tanques de agua
donde se simulaban los brazos de mar de los naufragios.
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