A Espierba se llega, seis kilómetros después de haber pasado
el pueblo de Bielsa en el norte de la provincia de Huesca, en el corazón del
Pirineo. Se enfila por la carretera que sube hasta el grandioso valle de
Pineta. Es una aldea de algo más de sesenta casas esparcidas en la falda de la
montaña, antaño habitadas, y que la emigración dejo desiertas. Ahora bellamente
restauradas, sirven para pasar el
verano. En invierno apenas si viven en ellas. Está en un lugar privilegiado,
entre bosques y prados, en la ladera sur del valle glaciar y frente a la gran
pared opuesta de firme roca que parece tallada a pico y de alturas vertiginosas
(más de mil metros) por donde en invierno se derrumban en alud las nieves y en
verano las cascadas de agua después de las frecuentes tormentas lo convierten
en un parque acuático.
Entre las casas diseminadas, se ubica su pequeña iglesia,
una ermita sencillísima con aires románicos que tiene a la puerta una muy
original cruz compuesta de dos troncos de pino con las ramas casi sin
desbastar. A su espalda, adosado un pequeño cementerio cuyas pocas tumbas nos
recuerdan las gentes que antaño vivieron en la aldea. Es un lugar encantador,
romántico, casi mágico.
Contemplar el pequeño y humilde templo en medio de los
verdes prados y con los grandes farallones de las paredes del valle de Pineta
detrás, es un paisaje que se graba en el alma. Una imagen refrescante y bucólica
que recuerdas cuando aquí en la ciudad, el calor y la rutina agobian.
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También aquí la Asociación Cultural “El Cillo” compuesta por
vecinos de Espierba, ha colocado algunos textos poéticos en estos lugares. A
cincuenta metros, se halla la escuela, donde muchos niños aprenderían de su
maestro y sentirían el mismo tedio de las tardes lluviosas que cantó Antonio
Machado. Un poema de él, pegado a la puerta, lo recuerda: ”Una tarde de
invierno…”. Frente a la puerta del templo de la pequeña iglesia, también han
tenido la sensibilidad y la cultura religiosa de exponer el texto de San Pablo
a los Corintios, 13. Y en la pequeña cancela de hierro que accede al cementerio,
un poema bellísimo de Juan Ramón Jiménez.
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Espierba, un lugar inolvidable.
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