Me llama la atención la imagen última del Papa Francisco con
un ojo “a la virulé”. Todo un Santo Padre, todo un “Pontíficex Máximus”, todo
una “Cabeza visible de la iglesia”, todo un sucesor de San Pedro, todo un
Vicario de Cristo, con un ojo morado debido a un hematoma que se hizo al
tropezar con un saliente de su coche provocado por un frenazo brusco del “papamóvil”
cuando intentaba besar a un niño. El
Faraón de Egipto, el Emperador del Japón, el Divino César, y otros poderosos de
la tierra jamás mostrarían al resto de los humanos, sus súbditos, ningún estropicio
en su cuerpo, pues les manifestarían que eran seres mortales.
El Papa sí. Y además constantemente nos recuerda que él es
también un pecador. Tal vez es por eso que no le perdonan ciertos sectores
conservadores de la Iglesia que cada vez son más y más hostiles descarados a él
hasta acusarlo de herético.
El otro día en una carta al director en el periódico “El Mundo”
(un periódico del que no soy muy devoto), un lector contaba que en unas
declaraciones el Papa Francisco ha dicho que en ciertos momentos de su vida
tuvo dudas de fe y que incluso fue a hacerse el psicoanálisis (como buen
argentino que es). Humano, muy humano. Pues por eso a mí precisamente este Papa
me gusta cada vez más. Lástima que no le hagamos más caso.
Y a mí también, José Luis.
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