Veía
yo ayer un breve reportaje sobre los olivos milenarios que hay plantados en la
Comunidad Valenciana y qué por mor del progreso y de la globalización también
están sufriendo el grave problema de su traslado a otros lugares ¡También los
árboles sufren el problema de la emigración! Árboles viejísimos, testigos de la inmutable
naturaleza cronologizada por la historia, son arrancados de cuajo para ser
trasplantados en otro sitio, en otro clima, en otro paisaje . Aunque siempre se
ha hecho, ahora es verdaderamente un flagrante abuso que el arte de la
decoración y la industria de la jardinería están realizando. Creo que hay una película
“El olivo” (Iciar Bollain, 2016) que se
realizó sobre este tema y qué jugó con el paralelismo de un olivo centenario y
un anciano al que no se le iba a permitir morir en la tierra que él trabajó y
en la que creció .
En
el reportaje me llamó la atención la escena cursi y “demodé” de ver a una
señora arrimada al tronco del olivo como si estuviera abrazada a su amante hablándole
con dulzura, haciéndole arrumacos, acariciando su rugoso y atormentado tronco e incluso besándolo . Muy
mono pero muy cursi. Ese recurso lo suelen hacer algunos poetas. Trasladándolo a
menor escala la escena podría haberse rodado en vez de con un olivo… ¡con una
lechuga! . Antropomorfizar lo que no es humano tiene sus riesgos y el ridículo
es el que menos. Es lógico que ante un árbol del que se sabe que tiene centenares
de años uno piense en la fortaleza y en
la dureza de la naturaleza pero la reflexión de recaer más bien en ala
conciencia de la debilidad del ser humano, en la brevedad de la vida, en el
paso rápido del tiempo. Reflexiones melancólicas que hoy y por ahora, no ayudan
nada a levantar el ánimo. Ars longa, vita brevis!
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