En el Evangelio que se lee este domingo en todas las iglesias
del mundo se nos muestra el milagro de las Bodas de Caná. Esto del vino, como
un objeto de milagro, es poco serio. Que Jesús y su madre provoquen la más que euforia
general, bebiendo buen vino en una fiesta me parece una provocación. Lo serio,
lo sensato, es que la moderación y las ascesis fueran los sabios y sanos
consejos que dieran del de Nazaret y su madre. Pues no. ¡Venga alegría, mas
juerga! Para colmo, y más adelante, a Jesús se le ocurre fundamentar el sacramento
de su presencia (la Misa, la Eucaristía) en el vino.
Yo me pregunto entonces de dónde viene esa tendencia obsesiva hacia
la fe como sistema de aguafiestas, a la piedad como severidad y oscuridad, las
caras largas como signo de que se es más religioso, hacia lo oscuro y lo negro, hacia
las tristes y dolorosas penitencias cuaresmales excesivas, hacia el luto, etc… de
los que parece que aun no se ha liberado nuestra Iglesia?
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