En estos días primeros de septiembre el
que esto escribe no suele padecer el síndrome de las vacaciones (o sea, esa
perezosa inercia de volver al tajo, de reanudar las actividades de siempre, sino
que sufro lo que yo llamo síndrome de los propósitos. En septiembre comienza un
curso nuevo y quien más o menos quiere que éste sea exitoso y no se repitan los
fallos, rutinas y carencias del
anterior.
Así qué siempre me propongo un montón de cuestiones
y asuntos a tener en cuenta que me
salven de errores y fallos, para así lograr que la programación de las actividades
parroquiales y mis proyectos personales lleguen a buen puerto.
Pero, ¡ay!, después, el tiempo y los
despistes y las comodidades hacen que esos propósitos no lleguen del todo a
realizarse. Pero, quien no tiene derecho a soñar con el futuro?
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