Este verano que está terminando, un amigo
y compañero de la clerecía, ha colgado los hábitos, es decir, ha dejado de
ejercer el ministerio de sacerdote.
Me contó que no ha sido, lógicamente, una
decisión ligera, sino que lo ha consultado con sus superiores, y con sus amigos
y, sobre todo con su conciencia ante Dios.
"No hay perdido la fe, -me decía-,
pero estoy en medio de una gran crisis de esperanza, y de soledad. ¡Es que hoy
anunciar el Evangelio con coherencia es peliagudo!¡ Se siente uno tan sólo!”
Esa tremenda soledad de los curas está
haciendo que el celibato no sea un trampolín para la Evangelización sino una
rémora para la acción pastoral.
El recién nombrado secretario de Estado
del Vaticano por el Papa Francisco ha declarado estos días que el celibato no
es un dogma, sino una tradición eclesiástica y que, por tanto, se puede
discutir. Aunque parezca que no se dice nada nuevo, lo revolucionario está en
que se admite que pueda haber algún cambio de postura en la iglesia sobre este
asunto (y sobre otros también espinosos: homosexualidad, sacerdocio femenino,
etcétera).
Son aires nuevos en esta nuestra iglesia,
fruto de la acción del nuevo papa Francisco.
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