El
Papa Francisco nos está hablando constantemente del espíritu de la pobreza. El
se ha ido descabalgando de tanta pompa y lujos y ostentación que había en el
Vaticano. Vive muy sencillamente de modo y
manera que a todos nos ha llenado de admiración. ¡Un Papa insólito!
(Mirando hacia atrás en la historia de la iglesia, ha habido también muchos
papas como el).
Lo
que está haciendo el Papa Francisco, lo dice hoy el Evangelio. El lujo, la
ostentación, el consumismo, la riqueza no nos pueden hacer felices. El dinero
no es malo, lo que es malo es lo que tiende en nosotros puede provocar: aísla a
nuestro corazón, despierta a la profunda y oscura fiera insaciable de nuestro
egoísmo.
Paradójicamente
Jesús nos habla de dos riquezas. La riqueza material, el dinero que nos condena
a la infelicidad (aunque la sociedad de consumo nos quiera demostrar lo
contrario) y la otra riqueza, la que es válida ante Dios, que tiene los nombres
de solidaridad, austeridad, generosidad,
humildad, sencillez.
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