Este domingo leemos la lectura
correspondiente a la fiesta de la Presentación del Señor. Es una escena que
tiene lógicamente reminiscencias de la Navidad; el niño Jesús todavía es un
pequeño bebé. (A partir de hoy en Roma por ejemplo se desmontan ya los belenes
en los templos).
Las dos primeras lecturas nos hablan de
gloria de esplendor y de majestad: “¡va entrar en el templo un gran héroe: el Rey
de la gloria!”.
En el evangelio de Lucas, paradójicamente, no
puede ser más humilde, sencilla y anónima la entrada de Jesús en el templo. Dos
padres jovencitos (José y María), orgullosos por su hijo, a los que nadie
conoce llegan hasta el templo. No hay sacerdotes, ni autoridades esperándoles..Y
dos abuelos, que muchos pensarían que ya chocheaban, que se dan cuenta que
aquel niño es ni más ni menos el auténtico Rey de la gloria, la Luz que ilumina
a las naciones.
Está claro que parar a acoger a Jesús hay que
tener un corazón lleno de sencillez, lleno de humildad. Como tanta y tanta gente
sencilla y humilde que no sabe de teologías y que practica la religión muchas
veces de un modo casi primitivo, popular. Una fe inquebrantable en un Dios que no tendrá ningún reparo en aceptarlos y acogerlos.
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