jueves, 27 de febrero de 2014

Yo soy el centro



A veces, en muchas de nuestras conversaciones habituales, nos agotamos hablando de nosotros mismo. Uno dice: yo hago…. y el otro responde: pues yo también acostumbro… Un tercero interviene y también se pone como  personaje principal. Hay conversaciones cansinas que aburren, que son un elenco de egoísmos.

 Y es que parece que sólo hay un pronombre personal: yo, mí, conmigo. O que sufrimos la enfermedad de Juan Palomo: “¡Yo me lo guiso, yo me lo como!”  Nuestras referencias  giran alrededor de un punto que se expande: yo, mis padres, mis amigos, mis amores, mis conocidos, e incluso mis enemigos. ¡Qué aburrido, vivir abrazado sólo a uno mismo!

Te pierdes entonces lo que da la sal a la vida, que está hecha no sólo de nuestro yo sino de la maravillosa materia prima que es la vida de los demás, de las cosas que les pasan a los demás. Cuando descubrimos eso, nos desembarazamos de esa sensación de soledad, nos redescubrimos como personas que comparten con los demás la misma condición humana.

Y es cuando surge entonces el amor a la vida, el descubrimiento del otro, la maravillosa realidad de encontrarse  con ese Dios que es el radical Tú que no nos ha creado solos, para nosotros mismos, sino para los demás.

Olvidarse de uno, salir del escondrijo de nuestro yo: he aquí el secreto de la alegría de vivir.

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