Uno de los
mejores amigos de Jesús era Lázaro, que vivía en Betania con sus hermanas Marta
y María. Lázaro se puso muy enfermo, y entonces llamaron a Jesús. Pero como
estaba lejos tardó unos días en llegar, y cuando llegó Lázaro había muerto. Su
hermana Marta estaba muy triste, le dijo a Jesús: “Tenías que haber venido
antes”. Pero Jesús le contestó: “Yo soy la resurrección. ¿Crees en mí? ¿Crees
en la vida que yo ofrezco?” Ella le contestó que sí, que creía.
Marta y María no paraban de llorar, muy tristes por haber perdido a su hermano. Jesús también lloraba, porque quería mucho a esa familia.
Entonces Jesús llegó a la puerta del sepulcro donde habían enterrado a Lázaro.
Pidió que moviesen la piedra de la entrada, y cuando lo hicieron, gritó:
“Lázaro, ven fuera”. Y entonces Lázaro apareció en la entrada, vivo de nuevo.
(De “Rezando voy” Adaptación de Jn 11, 1-45)
Creí haber
andado mi camino
pero un muro
hermético era mi descanso.
Mis manos inertes
modulan un reloj sin alma.
Cae el
candelabro y lágrimas inanimadas son la cera derretida.
Retumba en la
bóveda un rayo que es grito desgarrado.
Y aquí estoy a
la intemperie de la noche
soportando la
lluvia, la ventisca y la nieve
y hasta el
viento parece una caricia de dientes y uñas.
Este sudario
que es pañuelo en mis ojos
me remite a la esperanza,
que después del
silencio
vendrá la
esperada palabra.
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