En mis días en Burgos, tuve la oportunidad de estar en el
monasterio de Santo Domingo de Silos. Digo estar y no visitar porque para mí
este monasterio benedictino es algo bastante íntimo, familiar, entrañable y por
dentro, casi lo conozco totalmente. Durante muchos años (casi diez)
aprovechando vacaciones escolares de profesor me he albergado allí, en la hospedería
monacal, haciendo vida casi como un monje mas. Una vez al año permanecía allí unos
cuatro o cinco días. Allí vivía con los monjes haciendo mi retiro espiritual.
Después, la vida se me complicó y dejé de frecuentar aquel sitio algo lejano
para hacer mis ejercicios espirituales.
Ahora pues he estado (esta vez, de visita) a ver esa joya del
arte que es el claustro románico. ¡Cuántas horas he paseado silenciosamente
solitario, pensando en Dios y mi vida, por este claustro, cuando no era hora de
visitas turísticas! El ciprés, de pie, inhiesto, sigue recibiendo y esperando a
la gente. Iba con un grupo numeroso y allí como un turista admiré y me emocioné
contemplando la perfecta belleza del claustro, la simetría plural de sus arcos
y capiteles, los armoniosos bajorrelieves
de sus cuatro esquinas. No se puede contener, en tan breve espacio, mas
belleza.
Los monjes ya no están en la oficina de venta de entradas y recuerdos, ni ellos te explican las maravillas de Silos. Unos guía laicos lo
hacen. Ellos siguen en su clausura del monasterio, haciendo realidad el lema de
su fundador San Benito: “ora et labora”. (Y rompiendo los esquemas de tanta gente
que no comprenden para qué tanto rezar). Las vocaciones a la vida contemplativa son un milagro de Dios para su Iglesia. Benditos sean.
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