¿Os imagináis la escena?
Jesús de Nazaret, el rabí, sentado en un sitio estratégico del templo viendo
cómo la gente pasa y, ante el cepillo del templo, deposita sus donativos. Quizás
ahora Jesús se sentaría en la mesita de la terraza del bar de enfrente de la iglesia
para ver entrar y salir del templo a la más variadas personas.
Vería salir a algunas viejecitas, que silenciosas y paso a paso habrán visitado sus rincones
favoritos en el templo (Santa Rita, la Purísima, el Cristo, San Nicolás), rezando
sus oraciones. Vería salir también a algún hombre maduro, que fiel a su cita ha
participado de la santa Misa. No sé si contemplaría salir a algún joven (parece
que éstos solo acuden a las grandes manifestaciones religiosas y movidas papales).
En el Evangelio de hoy Jesús hace encendido elogio de la
que hoy injusta e despectivamente llamamos
“una beata”. Aquella viejecita salió del templo justificada porque con su fe –tal
vez anticuada- no dio solamente el poco dinero que tenía sino que ofrendó su
vida enetera a Dios. Le dio a Dios algo más de dinero. Los que a veces criticamos a las betas no somos capaces
ni de dar una limosna, ni ofrecer nuestra vida a Dios.
Me gustaría saber qué pensaría de mí al salir yo del Iglesia,
mientras está tomando Jesús una cerveza, sentado en la mesita del bar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario