Todos los santos o todos los hombres y mujeres
"a las que ama el Señor". No unos pocos, o unos cuantos elegidos, sino todos/as
los que han sido humanos, pues salieron
de las manos de Dios y… regresaron a sus manos. Sus vidas reflejaban a Dios y
de sus corazones brotaba, como fuente fresca el agua del Evangelio de Jesús.
Todos los santos: no sólo Francisco de Asís,
Rita de Casia, Gema Galgani, Juan XXIII o Teresa de Calcuta. También, José Pérez,
Juan García, Luis González, Maria Lopez, Concha Martínez, Antonio Fernandez…
Todos los santos. Anónimos padres, anónimos hijos,
anónimos abuelos que estuvieron aquí, en el suelo, cumpliendo su deber, acaso
sin saber que había un cielo, pero amando aquí a los que a su alrededor estaban. Desconocidos, que
supieron andar, con equivocaciones y aciertos, el camino, largo o breve, de sus
vidas.
Todos los santos también aquellos que supieron
dar consejo, enseñar, guiar. Y los que curaron a los demás las heridas de la
vida, las enfermedades del alma. Y los que supieron con sus manos crear de la
nada, la belleza, espejo de la de Dios.
Todos lo santos, los que eligieron ser pobres, los misericordiosos, los puros y transparentes, los que lloraron junto a otros, los constructores de paz, los hambrientos de justicia…
A los que fueron, a los que son, a los que
serán, a todos y a nosotros mismos, también santos porque pese a todo somos amados
por Dios, nuestro homenaje.
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