Ha pasasdo ya el
“Día de la Familia” con esa (¿por sus discursos apocalípticos?) remarcable manifestación en Madrid, presidida
por Rouco, de la que algunas diócesis se andan desmarcando (por ejemplo la nuestra)
tal vez debido a la influencia que los “kikos” ejercen sobre ella. Hoy en “El País”
mi periódico favorito, ha publicado un artículo sin desperdicio. Ahí lo tenéis.
“Si
Kiko dice ven, lo dejo todo”
Lamentaba Erasmo que no bastase el
nombre de cristiano, en una época en la que jesuitas, dominicos, franciscanos,
bernardos, brigitinos, agustinos y tantos otros monjes competían por lucir
mejor y mandar más en la Iglesia romana. (…) No han cambiado las cosas, pero sí
los protagonistas. Hoy (…) se lleva más pertenecer a alguno de los
nuevos movimientos: Opus, Legionarios, Camino Neocatecumenal, Focolares,
Comunión y Liberación… (…) No es oro todo lo que reluce. Los nuevos
movimientos, efectivamente, le llenaron estadios al papa Wojtyla, siempre
viajero, pero también sembraron desunión y cizaña en parroquias e iglesias de
base, adonde llegaron con sus nuevos aires, con sus nuevas liturgias, formando
capilla propia, como queriendo comer aparte.
En ese conglomerado de nuevos católicos,
los kikos son punto y aparte y los más numerosos,
de la mano de un fundador extravagante en el mejor sentido de la palabra, Kiko
Argüello. Ni siquiera quieren que se les llame movimiento. Una vez
lo hizo en público Juan Pablo II y la cofundadora del Camino, Carmen Hernández,
cortó al Papa. “Santo Padre, no somos un movimiento”. Wojtyla aceptó la
interrupción y prosiguió. Poco después, volvió con lo del movimiento. Y Carmen:
“Que no, Santo Padre, que no somos un movimiento”. Y el Papa: “A ver, Carmen,
en el Camino andáis, ¿verdad? Pues si andáis, os movéis; y si os movéis, sois
un movimiento”.
Laico, burgués —hijo de abogado, nieto
de inglés y con un segundo apellido suizo-alemán, Wirtz—, pintor premiado ya
joven, Kiko era un señorito perdido en los vicios cuando se tituló en la Escuela
de Bellas Artes de Madrid. Lo cuenta él mismo con el mismo salero con que san
Agustín presume en sus Confesiones de haber
probado todos los pecados de la carne antes de caerse del caballo para abrazar
santidades. “Si Dios no existe, yo estoy muerto”, concluyó una tarde Kiko
después de hacerse preguntas. La decisión que tomó entonces pudo convertirlo en
cura obrero, y en carne de cárcel, como a su maestro Mariano Gamo, entonces
párroco en una de las barriadas de chabolas al sur de Madrid, muy cerca de donde
prosperaba otra comunidad revolucionaria, la del padre Llanos en el Pozo del
Tío Raimundo.
Kiko vivió él mismo en una chabola de
Palomeras Bajas y se curtió de retórica, pero tomó un camino más místico (es un
decir), con la fundación, hacia 1964, de la primera comunidad de
neocatecúmenos. Hoy son decenas de miles, y Kiko se ha instalado en Roma con
todas las bendiciones oficiales. El movimiento nacido entre chabolas es situado
ahora por sus críticos, que son legión, en el ala ultraconservadora del catolicismo.
Es el riesgo que asume el cardenal Rouco cuando fía al fundador del Camino un
protagonismo tan estelar en la jornada de las familias. Ayer, Kiko estuvo
sembrado, en su salsa, en medio de su gente. Lo proclamaba uno de sus
seguidores, que había acudido con mujer y nueve hijos. “Si Kiko me dice ven, lo
dejo todo”.
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