He estado tres días fuera de casa para ir con la Hermandad del Rocío de Valencia cumpliendo con mi oficio, pues soy su capellán, hasta las lejanas tierras del sur para atender las necesidades religiosas de los miembros de dicha Hermandad.
Los miembros de Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Valencia
viven con júbilo e intensidad su devoción a
la Virgen y lo manifiestan no sólo de un modo expreso, rezando el Rosario o el Ángelus, participando
en la Eucaristía, sino también -y esto es admirable y propio de la religiosidad
popular de Andalucía- a través del canto
y la danza que gustan de realizar delante de la imagen de la Virgen del Rocío.
Esta vez en la peregrinación particular que hemos hecho ahora en
diciembre y que es de obligado cumplimiento, junto a la Romería Oficial y multitudinaria de
Pentecostés, en vez de habernos encontrado en la aldea del Rocío, hemos acudido
al pueblo de Almonte, donde la Hermandad Matriz guarda en el templo parroquial,
durante once meses, a la bella imagen de la Blanca Paloma. Esto ocurre cada
siete años. La Virgen del Rocío vestía vestido y manto blancos con ráfagas y
corona plateadas: ¡parecía una paloma blanca!
La Marisma Madre que es como llaman a la gran superficie acuática que separa la ermita del mismo Coto de Doñana estaba llena de agua, donde las aves chapoteaban buscando alimento.
El tiempo no nos ha acompañado: mucho frío y lluvia.
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