viernes, 20 de abril de 2018
¡AYER FUÍ INFIEL, ABANDONÉ A UN AMIGO!
Los que me conocen saben muy bien de mi relación amorosa con los libros. Sin ellos no podría vivir. Son como esos amigos imprescindibles con los que siempre cuentas a los que cuentas tus gozos y penas. Innumerables en los anaqueles de mis librerías, abiertos y cerrado, me esperan constantemente para hablarme y también para sentirme reflejado en el espejo de sus páginas.
Leo mucho, y leo con placer y avaricia. Leo de todo: poesía, teología, sociología, ensayo, novelas, cine... Muchas veces, con el lápiz en la mano marco, subrayo y escribo al margen de sus páginas, ideas, sentimientos y emociones y hasta mis enfados. Como digo, los libros son mis grandes e inseparables amigos.
Pero ayer, cometí un acto que me pesa, me duele y me abruma: abandoné a un libro cuya lectura se me hacía muy pesada y estancada, no me permitía pasar adelante hace otros libros que me esperaban. Nunca abandono la lectura empezada de un libro. pero éste, me provocaba una parálisis. Por eso el otro día lo hice: abandoné a un amigo fiel...
Salí al atardecer al parque - vivo a un tiro de piedra del Jardín del Turia- con este libro que es un gran clásico de la literatura italiana y que siempre deseé leer y pero su lectura se me hacía lenta y farragosa. Aquí no delataré el nombre del asesinado pero sí, del asesino: yo. Sentado en un banco frente a una fuente ornamental cuyos surtidores producían un rumor de aguas cayendo que amortiguaban las risas y gritos de los niños que correteaban por los alrededores, leí durante casi una hora. Pero las numerosas páginas, las dispersiones del autor y la letra tan pequeña no me permitían avanzar. Cuando, cansado, decidí levantarme del banco y ya regresar a casa -los últimos rayos de sol se filtraban queriendo pegarse a las ramas de los árboles- se me ocurrió dejarlo allí, el libro, mi fiel amigo, con la esperanza de alguien quizá aún mejor lector y amigo de libros que yo, lo recogiera. Decidí dar una vuelta de paseo por el amplio parque y cuando regresé al mismo sitio del que había partido, la rotonda con su fuente y mi banco, el libro ya no estaba. Tengo la esperanza y el consuelo de que alguien, más amante de la lectura que yo, lo haya recogido para leerlo. Ya caía la noche -los mirlos cantaban su despedida del día- cuando, apesadumbrado, regresé a mi casa.
Seré un romántico, pero así soy yo con mis amigos los libros. A mi amigo, al que he sido infiel, le deseo la mejor suerte y que caiga en manos de otro más ávido lector...
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