Aunque es muy fácil llevarse por la corriente de hacer una crítica de la labor de los pastores en la Iglesia con motivo de este domingo Día del Buen Pastor no voy a meterme en campos tan fáciles y demagógicos. Si el Evangelio es buena noticia para mí, pediré al Señor que me ayude a mi también a ser un buen pastor.
También reflexiono sobre lo dificultoso que se hace entender perfectamente esta imagen-parábola que hoy se nos ofrece. Hoy he preguntado a algunos niños si han visto alguna vez un rebaño con su pastor. ¡Muchos me han contestado que no! Igualmente yo, que he visto muchos, los últimos que recuerdo es allá en la montaña del Pirineo donde los rebaños son miles de cabezas y los pastores son múltiples para poder gestionarlos. Cuando Jesús hablaba de sí mismo como buen pastor (¿son palabras del mismo Jesús o una reflexión posterior añadida de la comunidad creyente?), se refería a aquellos pequeños rebaños que eran el patrimonio familiar del pastor. Éste lo cuidaba con gran esmero y cariño (se jugaba el sustento de la familia).
Así y todo, reconforta ver cómo Jesús personaliza a las ovejas anónimas y gregarias, abúlicas y dándoles un nombre y diciendo que ellas también conocen su voz. Me indican que esa debe ser la relación personal a través de mi fe con Jesús, fiarse y confiar.
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