¡Tomás soy yo!
En aquella primera Pascua, en que las apariciones de Jesús eran constantes y los discípulos se lo contaban unos a otros, llenos de estupor, susto y de alegría. Casi no se lo podía creer: Jesús de Nazaret al que habían visto morir horriblemente, ahora real, extraña y misteriosamente andaba vivi y bien vivo.- Uno que parece ser la oveja negra del grupo, no se lo cree, “son infundios y patrañas, hay que probarlo” -dice. Y Jesús, siempre por delante, a Tomás el incrédulo le hace"caer del burro”. “Ven, tócame, dame un abrazo!” Al decir ”¡Señor mío y Dios mío!," el apóstol reticente expresa su profunda experiencia en que Jesús de Nazaret es el hijo de Dios vivo. Fue su primera experiencia de la Resurrección.
Porque hay que partir de ahí, del encuentro personal, profundo e íntimo con Jesús el Señor, para poder andar el camino de la fe. Un camino que tiene muchos vericuetos, baches y piedras. Después del acto de fe que realizó el apóstol Tomas, también en algunos momentos su entusiasmo menguaría, se fe se verÍa asaltada de dudas. ¿Por qué no?, las dudas, las crisis de seguridades y confianzas son connaturales al ser humano. Pero el que tiene un encontronazo con Jesús de Nazaret, el Resucitado en algún momento de su vida, nunca lo podrá olvidar. Las dudas de la la fe son sencillamente pasos adelante en su vivencia personal que nos hace exclamar: "¡el Señor ha resucitado…, en verdad ha resucitado!".
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