Ando estos días -ya más de una semana- un poco fuera de juego. Un pertinaz resfriado de ésos que se llaman de campeonato que me provoca una tos espasmódica, impertinente e inoportuna y no me permite prácticamente ni conversar con normalidad, ni hablar en público. Los síntomas de mareo, y cierta sordera, me han dejado K.O.
Hoy domingo, en mi segunda a misa celebrada me he visto obligado a omitir el sermón debido a verme constantemente interrumpido por la tos frenética y convulsiva que me invade. (Algunos feligreses, que padecen fobia a los sermones, lo habrán agradecido).
Aunque un poco tarde, ya estoy en manos del médico y me estoy tomando la medicación que se me ha recetado. Con respecto de ayer, hoy estoy mucho mejor.
Es curioso cómo nuestras enfermedades las experimentamos cada uno como si fueran únicas y como si tuvieran la mayor gravedad, como algo alarmante, que incluso la gente de alrededor que te quiere mucho, lo incrementa. Espero salir pronto de ésta, porque no logro concentrarme ni en mi trabajo pastoral, ni en mi tiempo de lectura (enseguida me distraigo) o cuando veo una película donde me duermo; en fin, ¡que no somos nadie y menos cuando estamos constipados!
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