Según los mitos de la biblia, el ser humano, después de ser creado, fue colocado en un jardín, donde el trabajo y los días eran un continuo paraíso. Las mañanas y las tardes discurrían en medio de la naturaleza de aquel jardín con el ritmo y la costumbre del corazón. La noche era el descanso vigilado por las estrellas y los trabajos y los días se sucedían sin solución de continuidad en un estado puro de felicidad y la humanidad y la tierra eran una misma esencia. Pero las cosas se torcieron y los hombres fueron expulsados al este del Edén. Ya nada fue igual. Comenzó la degradación de la tierra. Espinas y abrojos, sangre, sudor y lágrimas, todo cuesta arriba, tornaron su vida en pesadilla. El trabajo se hizo ímprobo y el ocio imposible.
Ahora andamos buscando
aquel estado primigenio donde sumergiéndonos en la naturaleza revivimos ese
tiempo de oro. Tal vez en las vacaciones y en sus ocios encontremos un eco de aquel sueño. Ahora que estoy en ellas, me siento respirando esos aires del paraíso. En
la montaña, donde todo parece elevarnos hasta las cumbres, ese acceso a la felicidad
que me acerca a la grandeza de Dios, me siento estar a la sombra del paraíso,
en el umbral de la dicha. Por ello doy gracias al Creador.
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