Estoy unos días de
vacaciones en el bello pueblo de Bielsa, en el corazón del Pirineo de Huesca, y
el domingo pasado, me acerqué a la iglesia parroquial con el ánimo de
concelebrar la eucaristía. No me sorprendió que el sacerdote que iba a celebrarla,
me ofreciera que fuera yo quien la presidiera. El tenía varios pueblos del
valle a los que aún tenía que atender. Me dijo además, que si podía entonces hacerme
cargo de la parroquia durante el tiempo de mis días de asueto y si podía
también atender las parroquias del valle. Así que se quitó la casulla y me la
endilgó a mí.
Aunque uno está de
vacaciones, mi sentido de responsabilidad me obligó a aceptar la propuesta,
aunque ello implicaba la obligación de ajustar el horario de mis excursiones y
actividades montañeras a este mi deber de cura. Me alegra, además: aunque pocos
en el templo, también pueden tener los feligreses -oriundos o forasteros- la
oportunidad de participar de la santa misa. Y es que hay una gran carestía de
sacerdotes en estos valles pirenaicos. Un cura tiene que atender diez o doce
pueblos a la vez
Así que, sin comérmelo y
ni bebérmelo, me han “nombrado”, breve e interinamente, cura al servicio de las
parroquias de estos pintorescos y bastantes despoblados lugares, si no fuera
por los visitantes que en verano abundan. Tiene además su encanto: celebrar la
misa en las pequeñas iglesias que son como ermitas en medio de las altas
montañas y cercanas a los frondosos bosques.
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