He aquí a Moisés, convertido en una
gigantesca falla, esperando a ser devastado por las llamas. De espaldas a
nosotros, pero mirando de frente al gran gentío (y los ojos puestos en el balcon del Ayuntamiento). Con su enérgica mirada airada,
contemplando cómo el pueblo de Israel hace caso omiso a las leyes que él bajo
el brazo lleva escritas en las tablas.
Como lo esculpió Moisés, presto a
cobrar vida, aquí se nos muestra con el mismo brío y a punto de levantarse y
lanzar sus rayos y truenos contra ese pueblo que se ha dedicado a adorar el
becerro de oro.
Moisés y el Sinaí, el pueblo de Israel
y el desierto, las tablas de la Ley y el Becerro de oro, todo parece muy
lejano: eso ocurrió hace miles de años. Pero hoy sigue Moisés denunciando la
conculcación de tantas leyes y tantos derechos humanos, cuya sagrada observancia
es violada y menospreciada.
¡Pobre Moisés! Mañana por la noche, en
la “Nit del Foc”, lo quemarán. Será al principio rayos y truenos, fuego y fulgor;
y después humo y ceniza que bomberos y barrenderos luego barrerán.
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