Entre
las cosas bonitas que gusto hacer en la semana de las fiestas de las Fallas,
suele ser ir a ver una corrida de toros. Ayer mismo estuve en una disfrutando de
una buena tarde de espectáculo taurino.
Yo no
entiendo mucho de toros, pero me gustan enormemente. Es uno de los para mí más
bellos espectáculos del mundo. (¡Antitaurinos, perdonadme la vida!) La
plasticidad y estética de este antiquísimo juego del hombre con la fiera es admirable. Y ayer tuve la oportunidad de disfrutar de ello, que no todas las
tardes de toros son buenas.
Como
digo, no entiendo mucho. Por eso os transcribo el comienzo de la crítica
taurina publicada hoy en “El País”, y escrita por mi buen amigo Vicente
Sobrino:
"Sinfonías
de Morante y Manzanares". “La corrida acabó como empezó: mal. Con un
toro, el que abrió plaza, devuelto por inválido, y otro, el sexto, que se
lastimó la pata delantera izquierda cuando la tarde apuntaba al final
apoteósico. Entre medias, muchas cosas. Porque en esta séptima de fallas hubo
casi de todo y casi todo lo que hubo fue bueno. Muchas cosas que contar, en fin”.
Envidio
el estilo literario de los críticos de toros, convertida en todo un género. La
austeridad de sus palabras, lo bien ajustadas están sus frases. El discurso
certero y eficaz que resume lo que puede ser dos horas y media El más original
y grande espectáculo del mundo.
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