Más
de la mitad de los sacerdotes que ejercemos nuestro ministerio en la diócesis
de Valencia hemos estado esta mañana en la iglesia del seminario de Moncada
celebrando una fiesta propia muy nuestra: La de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Es una fiesta que se ha hecho universal a instancias de un Arzobispo de
Valencia, don José María García la Higuera que fue el que a mí me ordenó de
cura.
Allí
estábamos pues más de cuatrocientos curas rindiendo en primer lugar un homenaje
a los sacerdotes que celebraban sus Bodas de Plata o de Oro sacerdotales, que
fueron todavía promociones muy numerosas; a Dios hemos de dar gracias por su vida
entregada a su vocación sacerdotal. Después en una solemne eucaristía presidida
por el Arzobispo hemos continuado esa acción de gracias. El Arzobispo en una
breve pero bella homilía (ya está llegando a la influencia del Papa Francisco
en lo que dice de la brevedad de los sermones) ha glosado algunos aspectos del
la misión del sacerdote.
Todo
ha terminado pasando de la misa a la mesa, en una comida fraternal, muy
numerosa, en largas mesas dispuestas a lo largo de uno de los claustros del
seminario
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