Esta semana pasada, en la
Misa, he rezado públicamente por el rey Felipe VI. Ha sido una orden de
nuestros obispos. Se me hace muy raro. En las llamadas “Preces de los fieles”,
he pronunciado una petición por el nuevo rey. Pero me sentía un poco incómodo:
en la formulación improvisada de la petición pues no la tenía escrita, no me
salían bien las palabras. ¿Por qué?
No creo que sea por mi indecisión político-ideológica entre las bondades o inconvenientes de la república o la monarquía. Seguramente debe ser por la concreción del nombre de la persona por la que se pedía. Pero pienso que puede ser por una ingrata influencia que mi generación lleva seguramente sobre los hombros: el recuerdo de la dictadura del general Franco.
En los tiempos del dictador, en todas las misas, primero en latín y luego en castellano, al recitar la primera oración, que llamamos colecta, se añadía una coletilla llamada: "Colecta et fámulos" donde había que nombrar a Francisco Franco. “Ducem nostrum Franciscum, cum populo suo et exercitum" o sea, ¡“por nuestro Caudillo Francisco, con su pueblo y su ejército”!
¡Ay del cura que no la decía!:
se le trataba y denunciada como rojo, judío, masón. El obispo le podía echar
una gran amonestación. Eran tiempos de un matrimonio de gran intimidad entre la
Iglesia y el Estado.
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