"Banderas de
nuestros padres" es el título de una excelente película de Clint Eastwood que contaba un episodio ocurrido en la segunda
guerra mundial, se ponía en solfa el heroísmo oficial y giraba alrededor
de un tema conocido en la cultura de los
norteamericanos y el culto y veneración que éstos profesan a la enseña nacional: la bandera de las barras y
las estrellas.
En efecto si uno
viaja a Estados Unidos, podrá contemplar la abundancia y profusión de la insignia nacional que preside todos los edificios, decora todas
las calles, y ondea en la puerta, incluso, de muchos hogares norteamericanos.
Si se viaja por Francia, la bandera
tricolor se contempla en muchísimos sitios y lugares, incluso dentro de
los templos. El 14 de julio, fiesta
nacionalizan esa, las banderas parecen multiplicarse.
Todo lo contrario
de lo que ocurre en nuestro país, España. Hoy, por
ejemplo es un día patriótico nacional de
los más importantes de esta época: no se proclama un rey todos los años. Lo normal hubiera sido que en los balcones y ventanas de los
edificios de cada ciudad hubiera ondeado la bandera roja y gualda. ¡La que hubieran organizado yankees y gabachos en su país!
Esta mañana en mis caminatas por el barrio he visto escasísimas -con los dedos de una mano se pueden contar-, insignias
nacionales. Y no sé si estas estaban puestas para animar a
nuestra fracasada selección nacional de fútbol, o en honor
de nuestro Rey Felipe VI.
No sé si es la inercia de otros tiempos de la dictadura y represión franquista donde nos enseñas nacionales eran muchas veces impuestas
a sangre y fuego. ¿todavía nos dura la
reacción?
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