La víspera de Pentecostés, el
sábado, es un día grande para nuestra Hermandad del Rocío. Cuando llega la noche
-la luz púrpura de la tarde aún pinta en el horizonte- , la Hermandad del Rocío
de Valencia se presenta ante la amplia y blanca puerta de la ermita donde el
capellán principal y la junta de gobierno de la Hermandad matriz de Almonte reciben
a su Hermandad filial de Valencia. Al fondo, detrás de esta embajada de recepción
se adivina en su nido de oro, que es el retablo, la bendita imagen de la Reina
de las Marismas.
Desde hace dos años, le toca ser la
última en ser recibida. Tiene sus ventajas: no hay tanta aglomeración de gente,
hay mucha más tranquilidad, y encima el calor de la tarde ha menguado: la brisa
de la marisma acaricia nuestros rostros. La carreta con el sin pecado es
acompañada durante todo el largo camino desde la casa por un montón de romeros
hermanos, que han ido a la romería, amigos, simpatizantes, y muchos valencianos
que gustan de acompañar a su Hermandad en esa tarde.
Durante el trayecto le cantan con
gran júbilo y alegría sevillanas, acompañados de guitarras y palmas, e incluso
muchas veces los bueyes de la carreta tienen que parar para que otros desde el
porche de las casas canten al “Simpecado”. En una alborotada manifestación de júbilo.
El día ya se ha acabado con este
acto tan cumplido. En la mañana de ese mismo día muchos hermanos y a las diez,
convocados por el Director espiritual, han asistido en la ermita a la misa que
con otros capellanes se celebra a los pies de la Virgen.
La aldea del Rocío, que unos días
atrás estaba prácticamente vacía, está ahora a tope de gente. A las doce de la
mañana, comienza entonces la presentación de Hermandades; primero, las más antiguas: Villamanrique, Coria,
Umbrete, Triana... El amplísimo espacio que hay delante de la puerta del
santuario de la Virgen, se llena a
rebosar de los romeros que acompañan a las distintas carretas con sus “Simpecados”.
El espectáculo es multicolor, abigarrado, increíble. Las calles
bullen de gentío, que avanza sorteando coches de tiro, carretas y caballos. Los
hombres visten sus mejores galas, de
traje campero de corto con sombrero cordobés o sombrero de paja de ala ancha o típica
gorrilla. Las mujeres con ese vestido de faralaes que realza aun más su figura
con sus audaces volantes coloristas y la flor 8este año se llevaban muy grandes) en lo alto de la
cabeza.
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