Aquella noche, los amigos de Jesús estaban en
casa. Y estaban con las puertas y ventanas cerradas, porque tenían miedo de que
los judíos los persiguiesen a ellos también. Entonces apareció Jesús, en medio
de ellos, y solo les dijo: “Paz a vosotros”. Y les enseñó las manos y el
costado. Así podían ver las heridas de la cruz, y se daban cuenta de que era el
mismo Jesús, porque no era fácil reconocerlo. Se pusieron contentísimos. Jesús
siguió hablando y les dijo: “Paz con vosotros. Como el Padre me envió, así yo
os envío a vosotros”. Y añadió: “Recibid el Espíritu Santo, y a quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados. A quienes se los retengáis, les
quedan retenidos”. Y así les estaba encargando continuar con su misión en este
mundo.
Ven, Espíritu Creador, visita las
almas de tus fieles y llena de gracia los corazones, que Tú mismo creaste. Tú
eres nuestro Consuelo, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y
espiritual unción. Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú, el dedo de
la mano de Dios; Tú, el prometido del Padre; Tú, que pones en nuestros labios
los tesoros de tu palabra. Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu
amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil
carne. Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé Tú mismo nuestro
guía, y bajo tu dirección, evitaremos todo lo malo. Que por Ti conozcamos al
Padre, y también al Hijo; y que en Ti creamos en todo tiempo.
(a partir de una plegaria de Rabanus Maurus, siglo IX)
(a partir de una plegaria de Rabanus Maurus, siglo IX)
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