Cuesta muchas veces reconocer que se está sediento. Porque la sed no es algo que surge de repente, sino que es como una herida que surge y lentamente va abriéndose dentro de nosotros, y que no podemos esquivarla. Aun cuando tengamos nuestro cuerpo domado y controlado. nos acompaña toda la vida. Saciarla se convierte en algo perentorio, es como intentar defendernos de algo que nos debilita, que recuerda nuestra dependencia.
Estar sediento es por tanto un recuerdo de nuestra debilidad, pero también un acicate para nuestro esfuerzo. Tener sed en nuestro interior es principio y signo de actitud de búsqueda, de sentirse en el camino de la meta inaccesible. Por eso Jesús, a los que tienen sed y hambre de justicia, los llamo dichosos y bienaventurados.
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