Bodas de diamante con la vida.
Hoy, hace 75 años, nacía yo en Utrera, una ciudad de la provincia de Sevilla. Fue un veinte de marzo, el día de solsticio, en que el invierno da paso a la primavera. Sin tal vez saberlo, en el corazón de mis jóvenes padres nacía también la ilusión de la primavera. Eran aquellos duros y difíciles años de la posguerra. Para mí sin duda y sin tener conciencia de ello, fue también primavera: los primeros alientos de mi vida, mis primeros llantos, mis primeras risas...
A los 25 años se celebran las bodas de plata, después, a los 50, las de oro y a los 75 años las de diamante. Yo pues celebro hoy mis bodas de diamante con la vida, a la que, aunque no muy apegado a ella, siempre he amado. Una vida que ya ha sido larga pero que siempre se hace corta. Los ojos de mi corazón, mirando hacia atrás, provocan que en algunos momentos éste se sobresalte por el dolor y otras veces se expanda de alegría. Hoy, en esta grave alteración que la vida sufre en el mundo debido a la pandemia del VID-19, reafirmo lo que todos gritan: ¡viva la vida!
De todo ha habido pues en mi vivir. Haciendo saldo general, ha abundado la alegría y la satisfacción: ha sido empleados estos años de mi vida en el seguimiento de mi vocación de sacerdote: con pericia y acierto (o también, sin ellos) he intentado servir a los demás como Cristo lo hizo. Que él me siga ayudando. ¡Cuánto me ha ayudado mi fe en Jesús de Nazareth, el Resucitado, en esta vida mía!
75 años muy buenos, los que he vivido; pero no son los mejores, pues con decía Victor Hugo, los mejores años de nuestra vida son los que tienen que llegar... ¡con esa esperanza vivo!
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