Quédate en casa.
El eslogan creado como prevención contra el coronavirus no es simplemente una frase recomendada sino que debería ser un mandato. Por solidaridad de los que nos podemos quedar en casa para evitar el contagio, hacia los que, por fuerza mayor y por su trabajo, tienen que seguir en el curro exponiéndose a tantos riesgos.
¿Tiene sentido entonces que algunos lugares que deberían estar cerrados, por muy sagrados que sean, estén abiertos para que la gente pueda hacer oración y pedir que cesen estas calamidades? El estar abiertos los templos, aún siguiendo prevenciones de distancias etc. ¿no fomenta -bajo la excusa de un deber sagrado- cierta inconsciencia del riesgo y hasta actitud de insolidaridad? Es como si algunos curas, que no pueden quedarse quietos, tengan que hacer ciertas extravagancias litúrgicas porque así cumplen con su vocación.
Hay que recordar que el apóstol Pablo dijo que somos todos piedras del templo de Dios y de la Iglesia y que nuestras casas ahora se han convertido en templos parroquiales desde los que podemos personalmente y como adultos ejercer el sacerdocio común que recibimos en el bautismo? Qué sentido tiene entonces, por ejemplo hacer actos eucarísticos extraordinarios, bendiciones con la custodia con el Santísimo desde el campanario o misas en las terrazas de conventos, etc.?
¿Todavía hay algunos cristianos que piensan que haciendo esas cosas, que a mí casi me suenan a profanación, van a conseguir calmar la ira de Dios o tal vez alcanzar su Misericordia? Amigos y creyentes, seamos maduros y adultos, recemos, sí, y mucho, para que como ciudadanos y cristianos solidarios hagamos frente a esta desgracia. ¡Quédate en casa!
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