Una de las notas más propias de la fe cristiana es el entendimiento
o actitud de admiración que un creyente debe sentir hacia Jesús, como se dice
al final de la lectura evangélica. Si yo no admiro a Jesús, si no me creo que
todo lo hizo bien… no necesitaré seguirle como discípulo.
Hoy se nos muestra un milagro
algo extraño: un sordomudo que no hace nada por curarse; son los demás los que
le acercan y los que le piden que lo cure. ¿Habría perdido ya la ilusión de oír
y hablar? ¡Cuántos de nosotros hemos renunciado a la palabra autentica, a la
escucha verdadera de los demás y hemos perdido la ilusión de encontrarnos con
Jesús! Pero por otro lado, ¡qué loable es la iniciativa de la gente, que se
preocupan de este pobre hombre y la acercan a Jesús y hacen posible la
sanación!
Otra cosa interesante de la
acción que realiza Jesús con el sordomudo: su fisicidad. Hace barro para sus
ojos, toca con su saliva la boca y lengua del enfermo. EL milagro de Jesús es
un sanación, pero no es un gesto físico
vacío: lo acompañaba su espíritu de fe.
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