El
gesto de lavarse las manos puede ser un gesto signo de hipocresía, desde que aquel
procurador romano se las lavó para exonerarse de la culpa de mandar a la muerte
a un inocente. Hoy en el evangelio también se habla de eso, de lavarse las manos y se
hace con gran insistencia recordando el rito de purificación de los judíos.
De
nuevo Jesús relativiza los gestos religiosos en defensa de la sencillez y de la
autenticidad del corazón (donde reside la verdadera religión).
Nuestra
Iglesia cristiana puede bloquearse con la absolutización de la ritualidad, con
la obsesión de la prácticas religiosas, con el cumplimento estricto y sin alma
de los preceptos religiosos y olvidarse de que lo que verdaderamente justifica
es la gracia de Dios, su misericordia, su brazo prodigioso que e s capaz de levantarte
del fango y purificar tu corazón humano.
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